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Monday, July 11, 2005

13. Valores morales y nueva ética.

Retomando el tema: hay una serie de valores morales para regular las relaciones entre los seres humanos que, como decíamos, encontramos en todas las religiones (y todas se los atribuyen como propios y originales), y también en todas las reformas sociales, incluidas las modernas, que se caracterizan por decir que “no son religiosas” (como el marxismo, sin ir más lejos).
Ese conjunto de valores solidarios, el amor, la hospitalidad, la justicia, la caridad… los copiaron los musulmanes de los cristianos (o ni siquiera, tal vez de las normas de conducta de las propias tribus árabes), y estos de los judíos, y estos los habían exportado del antiguo Egipto, donde, si hemos de creer a Christian Jacq, el esquema base de su compleja y elaborada estructura social, dirigida por su religión, era precisamente el respeto a dichos valores: a “MAAT”, la regla, la norma: el conjunto de normas éticas que aseguraban la justicia y la igualdad entre los humanos. Aprovecho para destacar, siguiendo también la opinión de este autor, que la religión (y el conjunto de normas sociales) del antiguo Egipto fue probablemente la única gran cultura que no discriminó a las mujeres.
Por supuesto que cualquier reforma o revolución que conozcamos, desde las aparentemente muy religiosas como los albigenses de la edad media, hasta el sindicalismo del siglo XIX utiliza ese conjunto de valores morales como reglas del juego; a veces sólo entre los miembros del grupo, otras como extensibles, al menos potencialmente, a toda la humanidad.
Hasta las ideologías más repugnantes utilizaban ese conjunto de valores como reclamo, aunque, generalmente, única y exclusivamente de aplicación interna: los nazis se llamaban “nacional socialistas”, y englobaban en ese segundo adjetivo los valores de solidaridad y justicia social, que, por supuesto, sólo eran de aplicación entre “arios”, y no para las “subrazas”; pero reconozcamos que en eso no se diferenciaban mucho de los católicos, con los que estaban bastante “compinchados”. Lo mismo reclamaban en España los falangistas, y algún disgusto con Franco les causó.
Para buscar los orígenes recurriré a una broma que solía gasta mi padre. Su sentido de la hospitalidad que yo denominaría (tristemente) antiguo, se resumía en una frase graciosa: “el invitado primero, por villano y ruin que sea”. Y en esa frase, y en la correspondiente forma de actuación ante el prójimo, se resume la aplicación práctica de ese conjunto de valores que representa la solidaridad con el otro, incluso por encima de la opinión personal que podamos tener de él.
Ese conjunto valores que se han reflejado en la hospitalidad tradicional en todos los pueblos primitivos, y de los que luego se han apropiado religiones y teorías sociales, son probablemente el punto de partida que hay que utilizar para la formulación de una nueva ética (de la que hablábamos en el punto 9) en las relaciones humanas, que suprima a los dioses grupales y excluyente, y que, de alguna manera, englobe no sólo al conjunto de seres humanos (¡mujeres, incluidas!), sino a toda la biosfera.
Confío en que alguien retome la idea, yo la dejo ahí.

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